
En 1963, Howard Lotsof, un joven adicto a la heroína, junto con seis compañeros también adictos llevó a cabo un experimento. Ingirieron uno de los doce alcaloides que se encuentran en la corteza de la raíz de la iboga, llamado ibogaína. Al día siguiente, seis de los siete amigos dejaron de consumir heroína, puesto que no manifestaban síndrome de abstinencia ni deseo de consumo. En los años siguientes, los esfuerzos para conseguir que la ibogaína fuese considerada una alternativa válida de tratamiento de la adicción a opiáceos obtuvieron escasa respuesta por parte de la industria farmacéutica. El NIDA (National Institute of Drug Abuse) desarrolló un Drug Master File (DMF) de 4000 páginas de extensión, incluyendo 16 volúmenes de estudios pre-clínicos. En 1993, la FDA aprobó un ensayo clínico de fase 1, que concluyó luego del primer tratamiento debido a conflictos relativos a patentes. En 1995, el NIDA decidió no continuar apoyando la investigación con la ibogaína, pero los grupos de consumidores de drogas y las organizaciones activistas promovieron su uso y la pusieron a disposición del público en contextos alternativos no clínicos. El número de proveedores de tratamiento y su demanda por parte de adictos a las drogas ha crecido de manera exponencial en los últimos 10 años. Hay clínicas de ibogaína en países como Brasil, México, Canadá, Tailandia y Sudáfrica, y proveedores de tratamiento en todo el mundo. En el año 2009, Nueva Zelanda fue el primer país del mundo en aceptar la ibogaína como un medicamento.
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